El Motor Invisible

05.11.2020

Todo cambió, cambió por completo:

una belleza terrible ha nacido

-William Butler Yeats


Contar una buena historia está muy alejado de ser una tarea sencilla, necesitamos de autores, personajes, una trama deslumbrante y de una enorme cantidad de factores externos; pero por sobre todo, necesitamos que todos estos elementos interactúen entre sí, y modifiquen su entorno a medida que lo hacen. Entonces, ¿qué pasa cuando queremos contar la historia de todos los organismos que viven, o han vivido en nuestro mundo? Obviamente, la complejidad pasa a multiplicarse, pero por suerte, la belleza de la trama también.
Hoy vamos a contar la historia de la evolución, aunque en realidad su historia se cuenta por si sola y efectivamente, nosotros somos testimonio/parte de la evolución. Los humanos, los monos, los helechos, las bacterias, los insectos y todo aquel organismo vivo que esté presente en la actualidad es la manifestación literal de la evolución.
Pero entonces, ¿en qué consiste esta teoría de la evolución biológica? Como mencioné al principio, esta palabra está indudablemente amarrada a una persona, Charles Darwin. Y a pesar de que la idea de la evolución como motor intrínseco de los acontecimientos en el orden natural de las cosas existe desde la antigüedad, ninguna idea fue capaz de revolucionar el pensamiento humano como la teoría evolutiva mediante la selección natural planteada por el maravilloso Carlitos.
Si tenemos que hacerla corta:
Evolución= cambios en los organismos a lo largo del tiempo.
Selección natural= fue el medio que utilizó Darwin para explicar cómo ocurre la evolución biológica, fenómeno que implica una reproducción diferencial de los genotipos (información genética de un organismo en particular) de una población (conjunto de individuos de la misma especie). No está de más aclarar que los organismos no evolucionan, ya que su tiempo de vida es muy corto como para presenciarlo, solamente evolucionan las poblaciones.
Evolucionamos porque cambiamos, y en el caso de que estos cambios nos proporcionen algún tipo de beneficio o se adapten mejor (generen diferencias en la supervivencia de los individuos que las porten), prevalecerán y generarán un mayor éxito reproductivo, es decir, se heredarán.
Y aquí resulta imperioso hablar de cómo se heredan estos cambios, hablar del ADN, la molécula más asombrosa del mundo. En la naturaleza estos cambios; de los que nos cansamos de hablar, generalmente se manifiestan a través de mutaciones. La información que contenemos en el ADN se transmite, de generación en generación, de padres a hijos. Incluso podemos pensar que todo el ADN que existe en el mundo, de alguna manera, procede de una línea incesante de antepasados exitosos.
En este punto, ya logramos identificar los dos pilares fundamentales para que la evolución exista: la selección natural y las mutaciones. Y su vehículo, la herencia.
Richard Dawkins en su obra "Escalando el Monte Improbable" nos marea y nos vuelve a levantar alrededor del -cómo- de esta evolución a lo largo de los años, los siglos y las complicaciones que conllevan sobrevivir, pero sobrevivir con descendencia fértil y competente:
"La explicación darwiniana de por qué los seres vivos hacen tan bien lo que hacen es muy simple. Su aptitud es fruto de la sabiduría acumulada de sus antepasados. Pero no es una sabiduría que hayas aprendido o adquirido. Es una sabiduría que les vino dada a través de mutaciones aleatoria exitosas, sabiduría que después se registró de manera selectiva, no aleatoria, en la base de datos genética de la especie."
Y qué sabio fue Ricardito, que nos ayudó a escalar una montaña un tanto complicada de la mano de un montón de ejemplos y de historias convergentes. Si bien nos gustaría que estos ejemplos estén representados ante nuestros ojos, por desgracia el registro fósil tiende a no mostrarse muy obsequioso (detalle que discutió otro genio como Gould), y ahí es cuando, hacer uso de las conjeturas sobre las etapas intermedias se transforma en un pilar fundamental en la búsqueda de la historia evolutiva de una especie o de un grupo de ellas.
Un caso particular que se ajusta al problema de no tener todas las piezas para el rompecabezas de la evolución es la trompa del elefante. Esta trompa no contiene huesos, y por ende no se fosiliza; pero no necesitamos ser expertos para estar convencidos de que en algún momento (hace muchísimo tiempo) esta trompa fue una simple nariz. Una simple nariz que ahora se ve equipada de más de cincuenta mil músculos, controlada por un cerebro igual de complejo, y que es capaz de utilizarse con una fuerza desmedida. La trompa a su vez lleva a cabo las operaciones más delicadas, como arrancar vainas con semillas, accionar de sifón, actuar como dedo, como trompeta o incluso como un altavoz. De aquí a las funciones sociales que se le atribuyen, desde caricias e insinuaciones sexuales a luchas cuando el macho busca dominar.
Pero, devuelta, la evolución no tiene fin ni objetivos, una simple nariz no se puso la meta de volverse una trompa multi-task ni mucho menos. Probablemente, los antepasados de los elefantes atravesaron una serie continua de formas intermedias entre una nariz menos alargada hacia una más alargada, lo cual implicó una sucesión suave y gradual hacia músculos más engrosados y nervios más intrincados para hacer mejor su trabajo.
Esta transición también ocurrió con los antepasados de los tapires, los elefantes marinos y las ratas de trompa, ¿estos animales están estrechamente emparentados con los elefantes? No. ¿Y entre sí? Tampoco. Pero todos convergen en la presencia de una larga nariz, que desarrollaron de manera independiente y, seguramente, por razones distintas.
La historia de la trompa del elefante no termina acá, porque su evolución no se acabará nunca, y si somos lo suficientemente rigurosos y astutos como para comprender que no solo formamos parte, sino que modificamos miles de historias evolutivas todos los días, tal vez así podamos entender el milagro de los cambios y, porqué no, comprender un poco más el mundo que nos rodea.

Guadalupe Gómez

Bibliografía:

  • Dawkins, R. (1996). Climbing Mount Improbable. Viking, Londres. W. W. Norton & Company
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