Maravillas o-cultas
01.10.2021
En lo más profundo, hacia el norte del Congo se encuentra uno de los pocos
lugares que escapa de la presencia e invasión de la especie humana. Un
lugar tan aislado como especial, el Triángulo de Goualougo, ubicado
dentro del Parque Nacional Nouabale-Ndoki, que abarca unos miles de kilómetros
de bosque con una fauna a la que la palabra abundante le queda pequeñísima.
Corría el año 2000 cuando un par de investigadores decidieron adentrarse en
este ecosistema que hasta el momento parecía inhóspito. Al momento de acampar,
notaron que un grupo de chimpancés los observaba con una curiosa cercanía, y no
fue hasta que la inminente noche se posó sobre ellos, cuando los aullidos y los
alborotos de los simios fueron en aumento. Pero no era esto lo único en
aumento, la proximidad de los animales a los investigadores iba siendo
paulatinamente mayor hasta que, sin esperarlo, silencio. Los chimpancés
comenzaron a acercarse sin escrúpulos, y en ronda, observaban a esos monos tan
raros que habían venido a estudiarlos pero ¿quién analizaba a quién?
Claro que los primatólogos habían llegado a esas tierras con el propósito
de descubrir algo novedoso, pero jamás imaginaron que les ocurriría algo
similar. ¿A qué nos estamos refiriendo? Lo descabellado de este relato recaeen
que el comportamiento esperado de los chimpancés salvajes al encontrarse con el
humano es, ni más ni menos, el de huir, por estar tristemente acostumbrados a
la presencia de cazadores furtivos. Sin embargo, el comportamiento de estos
individuos difería por completo de su reacción habitual, los chimpancés del
Triángulo de Goualougo eran curiosos, observadores, y no dudaron en indagar
acerca de esos seres parecidos, pero menos peludos.
El aislamiento que presentaba el Triángulo de Goualougo permitió la perpetuación
de la cultura de estos chimpancés. Banca un toque... ¿Me estás diciendo
entonces que los animales no humanos presentan cultura? Claro que sí, venimos a
afirmar que, erróneo a lo que se creyó por un montón de tiempo, la cultura
animal en especies no humanas existe. Pero para entrar en este debate
primero debemos tener en claro en qué consiste esta cultura, la cual se define
como "la información o el comportamiento -compartido dentro de una
comunidad- que se adquiere de los congéneres a través de alguna forma de
aprendizaje social", que puede tener importantes consecuencias para la
supervivencia y reproducción de los individuos, grupos sociales y,
potencialmente, las poblaciones enteras.
En palabras un tanto más vagas, es todo lo que se comparte entre individuos
de la misma población, se adquiere e involucra un aprendizaje y
posterior influencia en el futuro de la población, el grupo social o el
individuo en sí. Para sorpresa de nadie, esta definición no fue fácil de lograr
y los debates que giraban alrededor de cómo definir a la cultura dieron
más vueltas que una calesita. Incluso la cultura meramente humana fue un
concepto difícil de precisar y no hay mucho consenso por parte de los
estudiosos de las ciencias sociales en cuanto a su definición. En principio,
todo se tornó complicado porque los investigadores caracterizaban a las
especies como culturales en función de si presentaban "características clave
de la cultura humana", perspectiva extremadamente antropocéntrica, que
actúa como una barrera inevitable para entender las verdaderas raíces
evolutivas de la cultura en todos los taxones.
Los simios de Goualougo, como toda especie luchadora, se hicieron de abajo.
En un comienzo, tuvieron que aprender a utilizar finas ramitas para
alimentarse, porque claro, al ser sus manos muy grandes, no podían caber en los
recovecos que contenían fuentes de nutrientes y debieron ingeniárselas para
facilitar su alimentación. Es así como pasamos de unas simples ramas a una herramienta
infalible, mejor conocida como "el palillo facilitador" o como a mí me gusta, "Palillo
3000", dispuesto a ingresar a todos los huecos de los troncos para
brindarnos el plato del día: insectos frescos y sabrosos. Otro caso
sorprendente, pero ya ubicado en Senegal, consiste en la utilización de lanzas
para cazar (o "Lanzas 4000"), comportamiento observado en chimpancés,
más usualmente en hembras, en donde ellas en principio, escogen una rama, luego
las limpian y les dan una punta digna de herrero.
Casi todos los episodios observados de caza con lanzas
se producen en los meses húmedos, en los que escasean otras fuentes de
alimento, puede que por este motivo, los chimpancés se vieron obligados a
buscar otras estrategias a la hora de cazar. Nos resulta un tanto difícil no especular con que este
tipo de comportamientos o culturas de los simios puedan parecerse a aquellas
que tenían nuestros antepasados pues los individuos de Fongoli son los únicos chimpancés que
descansan en cuevas. Además, dato no menor,
la sabana senegalesa, con pocos árboles, es un ecosistema que guarda un
importante parecido con el escenario en el que evolucionaron los ancestros
humanos. Miedo.
Las culturas (o al menos aquellas con las que estamos familiarizadas)
cambian. Nuestros gustos como generación evolucionan y se modifican a lo
largo de los años. En los 60 escuchábamos a los Beatles, en los 80 nos
enamoramos de ABBA y ahora no podemos dejar de escuchar a... tini tini tini.
Nuestra música evoluciona, los estilos viejos dieron lugar a los estilos
nuevos. El Blues dio paso al Rock n Roll, el Rock al Punk, pero claramente,
estas revoluciones musicales y culturales no son exclusivas de la especie
humana. Los cetáceos son, por excelencia, nuestros cantantes marinos favoritos.
Sus cantos han inspirado a mitologías y leyendas, esos sonidos del inmenso azul
que de a ratos, parecen salidos de otro mundo.
Ballenas y ballenos emiten vocalizaciones, pero solo los machos producen
los cantos largos, fuertes y complejos que han hecho famosa y a veces
satirizada (a vos te estoy hablando Buscando a Nemo) a esta especie. Las
ballenas que se encuentran en la misma área geográfica nos deleitan con el
mismo canto, pero este canto no se mantiene inquebrantable a lo largo de las
generaciones. Las canciones de una población cambian lentamente en periodos de
varios años sin volver atrás, sin repetir una versión anterior. Y es justamente por esta razón que decimos
que, su música siempre cambiante nos provee una de las mejores evidencias sobre
animales capaces de transmitir sus comportamientos, animales poseedores de
cultura.
Algunos cetáceos parecen haber desarrollado culturas muy parecidas a las de
los chimpancés y a la de los humanos. De hecho, las cuatro especies de cetáceos
mejor estudiadas (delfín mular, ballena jorobada, orca y cachalote) muestran
una fuerte evidencia, ya sea desde un enfoque experimental o etnográfico de un
poderoso aprendizaje social. ¿Cómo se podría explicar esto? El
científico Ropper sugirió hace mucho tiempo que existen ciertos atributos
biológicos que favorecen el aprendizaje social, como ser un ciclo de vida largo
(20-90 años), capacidades cognitivas avanzadas y cuidados parentales
prolongados.
Y si bien tal vez exista cierta capacidad cognitiva mínima necesaria para
el aprendizaje social, es de suma importancia tener en cuenta que el éxito
relativo de los individuos de una especie tiene que ver en última instancia con
la situación ecológica de los mismos. ¿Qué quiero decir con esto?Que es
más importante mirar a la ecología cuando se intenta explicar las diferencias
entre especies en el aprendizaje social. Los factores ecológicos desempeñan
un papel importante a la hora de explicar las capacidades de aprendizaje social
y cultura que se da en los cetáceos.
Existen estudios que demuestran que las orcas han creado su propia
cultura, la han transmitido de generación en generación y eso ha acabado por
cambiar sus genes aportándoles nuevas adaptaciones para su entorno, ya sean
para habitar aguas gélidas o desarrollar una nueva dieta. De esta manera, así
como los humanos poseemos distintas culturas dependiendo de nuestro país o
nacionalidad, también existe esta diferenciación entre orcas y otros cetáceos,
dependiendo la población a la que el individuo pertenezca, se observan
distintos tipos de estrategias de cacería. Por ejemplo, en la Península de
Valdés (Argentina) cuando la marea sube las orcas se acercan a la orilla para
cazar leones o lobos marinos, quedando así varadas voluntariamente, acción
sumamente peligrosa para el individuo porque puede suponer su muerte, sin
embargo, estos cetáceos aprenden a hacer culturalmente algo que por
naturaleza jamás harían.
Es así como, si viajamos al lado opuesto del globo
terráqueo, cerca de Noruega observaremos que las orcas utilizan una técnica de
caza denominada "carrusel", la cual consiste en un grupo de orcas (pod) que al
encontrar un banco de arenques, lo asustan y lo dirigen a la superficie. Allí
las orcas comienzan a nadar en círculos con sus vientres blancos dirigidos al
centro del cardumen al mismo tiempo que generan burbujas, esto no sólo asusta a
los peces sino que los desorienta, compactando cada vez más el círculo. Es en
ese momento que mientras unas orcas siguen girando, otras salen de la ronda y
golpean con la aleta caudal a esta esfera de arenques, tal es la fuerza con la
que son golpeados que los pobres salen disparados del agua no sólo golpeados
sino que también muertos. Mesa gourmet servida para las ingeniosas orcas.
Así es como, si siguiéramos recorriendo los mares del mundo, como los de la
Península Antártica o los de Cádiz (España), descubriremos muchas más
estrategias tan colmadas de astucia como de singularidad.
Los amplios movimientos de los cetáceos, la mayor variabilidad
del entorno marino a grandes escalas temporales en relación con las terrestres,
y los grupos sociales matrilineales estables de algunas especies
son factores potencialmente importantes en la evolución de la cultura de estos
bichitos. Se han propuesto ciertas hipótesis en cuanto a la coevolución entre
genes y cultura en los cetáceos, estando esta última posiblemente implicada en
algunos rasgos inusuales de comportamiento e historia de vida de las ballenas y
los delfines.
Quizá ya sea hora de que los científicos dejen de preguntarse si la cultura
en animales es un hecho real o ficticio, para pasar a preguntarse cómo esas
distintas culturas se desarrollaron, o incluso como difieren de la cultura
humana. En un futuro incierto, tal vez los cantos de las ballenas nos inspiren
lo suficiente como para crear un nuevo ritmo musical.
Guadalupe
Gómez & Sofía Virasoro
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