Quimeras: Del mito a la realidad

15.10.2020

Las pruebas de que las células viajan desde el feto en desarrollo hasta la madre se remontan a 1893, cuando el patólogo alemán Georg Schmorl encontró signos de estos remanentes en mujeres que habían muerto de un trastorno de hipertensión inducido por el embarazo.

Las autopsias revelaron células "muy particulares" en los pulmones, que él teorizó que habían sido transportadas como cuerpos extraños, originados en la placenta. No fue hasta más de un siglo después que los investigadores se dieron cuenta de que estas células, al pasar del feto a la madre, podían sobrevivir indefinidamente.
A las pocas semanas de la concepción, las células de la madre y del feto se desplazan de ida y vuelta a través de la placenta, lo que hace que una se convierta en parte de la otra. Durante el embarazo, hasta un 10% del ADN que flota libremente en el torrente sanguíneo de la madre procede del feto, y aunque estas cifras descienden precipitadamente después del nacimiento, algunas células permanecen. Los niños, a su vez, llevan una población de células adquiridas de sus madres que puede persistir hasta la edad adulta, y en el caso de las mujeres podría informar la salud de su propia descendencia (razón por la cual se investiga como posible método de control del neonato). El feto no necesita llegar a término para dejar su huella duradera en la madre: una mujer que ha tenido un aborto o ha interrumpido un embarazo todavía albergará células fetales. Con cada concepción sucesiva, la reserva de material extraño en la madre se hace más compleja, con más oportunidades de transferir estas células extrañas de los hermanos mayores a los niños más pequeños, o incluso a través de varias generaciones.
Estas células están lejos de ir a la deriva, estudios en humanos y otros animales han encontrado células de origen fetal en el torrente sanguíneo de la madre, en la piel y en todos los órganos principales, incluso apareciendo como parte del corazón que late. Este pasaje significa que las mujeres llevan al menos tres poblaciones celulares únicas en sus cuerpos - el suyo, el de su madre y el de su hijo - creando lo que los biólogos llaman una microquimera, llamada así por el monstruo griego que respira fuego y que tiene la cabeza de un león, el cuerpo de una cabra y la cola de una serpiente.
El microquimerismo no es exclusivo del embarazo (aunque esta es la forma más común por la que se produce). Los investigadores se dieron cuenta de que también se produce durante el trasplante de órganos, en el que la coincidencia genética entre el donante y el receptor determina si el cuerpo acepta o rechaza el tejido incorporado, o si desencadena una enfermedad. La tendencia predeterminada del cuerpo a rechazar material extraño plantea la pregunta de cómo y por qué las células microquiméricas obtenidas durante el embarazo se mantienen indefinidamente. Nadie entiende completamente por qué estas son toleradas durante décadas.
Quizá una explicación es que son células madre o parecidas a las células madre, capaces de eludir las defensas inmunológicas porque son semi-idénticas a la propia población de células de la madre. Otra es que el propio embarazo cambia la identidad inmunológica de la madre, haciéndola más tolerante a las células extrañas.
El fenómeno, que se cree que se desarrolló en los mamíferos hace unos 93 millones de años, es común en los mamíferos placentarios hasta el día de hoy. Su persistencia y alcance quedó clara cuando se analizaron muestras de cerebro tomadas de docenas de mujeres fallecidas. Encontraron que la mayoría contenía ADN masculino, presumiblemente recogido de embarazos. Algunas de estas células del cromosoma Y habían estado aparentemente allí durante décadas: el sujeto más viejo tenía 94 años, lo que significa que el ADN masculino que se transfirió durante la gestación habría persistido durante más de medio siglo.
A ver, y ¿solo pasa en los embarazos de hijos varones? Porque la investigación solo habla de cromosomas Y (presentes en mamíferos de sexo masculino). La mayor parte de la investigación se centra en el cromosoma Y como marcador del microquimerismo fetal, pero esto no significa que no suceda en hijas, sino que refleja una facilidad de medición: el cromosoma Y destaca entre los dos cromosomas X de la mujer.
Bueno, ahora que sabemos que están ahí y que prevalecen, las preguntas que siguen son ¿para qué sirven? ¿Qué significa para un individuo albergar el material celular de otro? ¿afecta a la salud o influye en el comportamiento? El yo es una entidad delimitada y autónoma, definida en gran parte por su supuesta distinción del otro. Pero este campo de investigación en desarrollo sugiere que somos seres hechos de muchos. Somos multitudes. El yo que surge de la investigación microquimérica parece ser de un orden diferente. Se sugiere que cada ser humano no es tanto una isla aislada sino más bien como un ecosistema dinámico. Si soy a la vez mi hijo y mi madre, si llevo las huellas de mi hermano y los restos de embarazos que nunca dieron lugar a un nacimiento, ¿cambia eso quién soy y la forma en que me comporto en el mundo? O en el horrible caso de la muerte de una madre, ella se lleva una parte nuestra (literalmente) pero aún está presente no sólo a través de nuestros pensamientos sino en forma de células en tu cuerpo. A pesar de todas estas ideas debemos dejar de lado un rato estas cuestiones filosóficas.
Por un lado, las células microquiméricas fetales se han visto implicadas en trastornos autoinmunes, ciertos tipos de cáncer y la preeclampsia, una enfermedad potencialmente mortal que se caracteriza por una alta presión sanguínea durante la última mitad del embarazo. Aunque hay ciertas características, como su presencia en todas partes, o incluso otra investigación ha encontrado que las células fetales pueden proteger a la madre. Parecen congregarse en los lugares de las heridas, incluyendo las incisiones de las cesáreas, para acelerar la curación. Participan también en la angiogénesis, es decir, la creación de nuevos vasos sanguíneos, al parecer en realidad vienen al rescate y juegan un rol en la reparación.
Un estudio reciente afirma que estas células no son "recuerdos" accidentales del embarazo, sino que se conservan a propósito en las madres y su descendencia para promover la aptitud genética mejorando el resultado de futuros embarazos. Los investigadores sugieren que las células microquiméricas aumentan la tolerancia de la madre a los embarazos sucesivos, y se asocian con un menor riesgo de Alzheimer, un menor riesgo de algunos cánceres y una mejor vigilancia inmunológica, es decir, la capacidad del cuerpo para reconocer y evitar los patógenos.
Estas células podrían incluso extender la longevidad y ayudar a explicar por qué las mujeres tienden a vivir más que los hombres. En un estudio realizado en 2012 con casi 300 mujeres de edad avanzada (el primero en vincular explícitamente el microquimerismo y la supervivencia), los investigadores descubrieron que la presencia de células microquiméricas, como indica la presencia del cromosoma Y, reducía la mortalidad de las mujeres por todas las causas en un 60%, en gran medida debido a un riesgo significativamente menor de muerte por cáncer. Aunque no hay respuestas claras para explicar cómo las células microquiméricas podrían llevar a una mayor duración de la vida.
Durante cientos de millones de años, el microquimerismo ha formado parte de la reproducción de los mamíferos presentando un cuadro paradójico de conflicto y cooperación, las células fetales bien podrían desempeñar una serie de papeles, desde compañeros serviciales hasta adversarios hostiles, pero al fin y al cabo se desconoce y, por lo tanto, es muy debatido si cumplen un rol maligno o más bien de ayuda.
Se cree que todo este desastre y continuas tensiones se originan con la creación de la placenta, o sea ¿no todo es amor y paz entre madre e hijo? Una de las imágenes más vendidas en el mundo, es la madre que sostiene con ternura al niño y sus miradas son entremezcladas en una serena unión. Esta visión oscurece por completo el tenso viaje que lleva al bebé en brazos, y los momentos de gritos y nerviosismo que lo rodean. Es a la vez esencial e inigualable en sus peligros. Al engendrar vida, también resulta en tasas asombrosamente altas de muerte y enfermedad.
Desde la perspectiva de la supervivencia de los animales, tendría sentido que el microquimerismo pudiera preservar la salud de la madre y del niño, ayudándole a sobrevivir al parto y más allá, mientras su descendencia recorre lentamente el camino hacia la independencia. Sin embargo, el pensamiento evolutivo actual sugiere que los intereses de los padres y de sus familiares podrían estar en desacuerdo, tanto en el útero como en el mundo. Debido a que la madre y el feto no son genéticamente idénticos, podrían estar involucrados en un tira y afloja por los recursos. Además, los objetivos de la madre, que presumiblemente son la reproducción y la crianza de múltiples hijos, podrían estar en desacuerdo con los objetivos evolutivos del feto individual: su propia supervivencia en solitario y su eventual reproducción.
Entonces se produce un conflicto: por un lado, las madres y los bebés tienen una inversión compartida en la supervivencia mutua; por otro, el feto es una presencia exigente y voraz, que trata activamente de atraer recursos hacia sí mismo, mientras que la madre pone límites a lo que está dispuesta a dar. En otras palabras, en un nivel inconsciente y evolutivo, la madre podría estar involucrada en una lucha con el feto sobre cuánto puede aportar sin dañarse a sí misma. La idea de que el útero podría no ser un lugar de serena comunión se afianzó.
Pero por muy atractivas que sean estas ideas, siguen siendo totalmente especulativas. Y, de hecho, las teorías de conflicto dentro y más allá del útero son sólo eso, teorías. En la actualidad, no hay pruebas definitivas de que la actividad microquimérica revele una entidad enfrentada a la otra. Y por ahora debemos conformarnos con la cantidad de dudas e incógnitas que nos deja este tema.
- Joaquin Ortiz

Bibliografía:

https://aeon.co/essays/microchimerism-how-pregnancy-changes-the-mothers-very-dna

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Chan, W. F. N., Gurnot, C., Montine, T. J., Sonnen, J. A., Guthrie, K. A., & Nelson, J. L. (2012). Male Microchimerism in the Human Female Brain. PLoS ONE, 7(9), e45592. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0045592

Kinder, J. M., Stelzer, I. A., Arck, P. C., & Way, S. S. (2017). Immunological implications of pregnancy-induced microchimerism. Nature Reviews Immunology, 17(8), 483-494. https://doi.org/10.1038/nri.2017.38

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