Quimeras: Del mito a la realidad
Las pruebas de que las células viajan
desde el feto en desarrollo hasta la madre se remontan a 1893, cuando el
patólogo alemán Georg Schmorl encontró signos de estos remanentes en mujeres
que habían muerto de un trastorno de hipertensión inducido por el embarazo.
Las
autopsias revelaron células "muy particulares" en los pulmones, que
él teorizó que habían sido transportadas como cuerpos extraños, originados en
la placenta. No fue hasta más de un siglo después que los investigadores se
dieron cuenta de que estas células, al pasar del feto a la madre, podían sobrevivir indefinidamente.A las pocas semanas de la concepción, las
células de la madre y del feto se desplazan de ida y vuelta a través de la
placenta, lo que hace que una se convierta en parte de la otra. Durante el
embarazo, hasta un 10% del ADN que flota
libremente en el torrente sanguíneo de la madre procede del feto, y aunque
estas cifras descienden precipitadamente después del nacimiento, algunas
células permanecen. Los niños, a su vez, llevan una población de células
adquiridas de sus madres que puede persistir hasta la edad adulta, y en el caso
de las mujeres podría informar la salud de su propia descendencia (razón por la
cual se investiga como posible método de control del neonato). El feto no necesita
llegar a término para dejar su huella duradera en la madre: una mujer que ha
tenido un aborto o ha interrumpido un embarazo todavía albergará células
fetales. Con cada concepción sucesiva, la reserva de material extraño en la
madre se hace más compleja, con más oportunidades de transferir estas células
extrañas de los hermanos mayores a los niños más pequeños, o incluso a través
de varias generaciones.Estas células
están lejos de ir a la deriva, estudios en humanos y otros animales han
encontrado células de origen fetal en el torrente sanguíneo de la madre, en la
piel y en todos los órganos principales, incluso apareciendo como parte del
corazón que late. Este pasaje significa que las mujeres llevan al menos tres poblaciones celulares únicas en
sus cuerpos - el suyo, el de su madre y el de su hijo - creando lo que los
biólogos llaman una microquimera, llamada así por el monstruo griego que respira
fuego y que tiene la cabeza de un león, el cuerpo de una cabra y la cola de una
serpiente.El microquimerismo no es exclusivo del
embarazo (aunque esta es la forma más común por la que se produce). Los
investigadores se dieron cuenta de que también se produce durante el trasplante
de órganos, en el que la coincidencia genética entre el donante y el receptor determina
si el cuerpo acepta o rechaza el tejido incorporado, o si desencadena una
enfermedad. La tendencia predeterminada del cuerpo a rechazar material extraño
plantea la pregunta de cómo y por qué
las células microquiméricas obtenidas durante el embarazo se mantienen
indefinidamente. Nadie entiende completamente por qué estas son toleradas
durante décadas.Quizá una explicación es que son células
madre o parecidas a las células madre, capaces de eludir las defensas
inmunológicas porque son semi-idénticas a la propia población de células de la
madre. Otra es que el propio embarazo cambia la identidad inmunológica de la
madre, haciéndola más tolerante a las células extrañas.El fenómeno, que se cree que se desarrolló
en los mamíferos hace unos 93 millones de años, es común en los mamíferos placentarios hasta el día de hoy. Su
persistencia y alcance quedó clara cuando se analizaron muestras de cerebro
tomadas de docenas de mujeres fallecidas. Encontraron que la mayoría contenía
ADN masculino, presumiblemente recogido de embarazos. Algunas de estas células
del cromosoma Y habían estado aparentemente allí durante décadas: el sujeto más
viejo tenía 94 años, lo que significa que el ADN masculino que se transfirió
durante la gestación habría persistido durante más de medio siglo.A ver, y ¿solo pasa en los embarazos de
hijos varones? Porque la investigación solo habla de cromosomas Y (presentes en
mamíferos de sexo masculino). La mayor parte de la investigación se centra en el cromosoma Y como marcador del
microquimerismo fetal, pero esto no significa que no suceda en hijas, sino que
refleja una facilidad de medición: el cromosoma Y destaca entre los dos
cromosomas X de la mujer.Bueno,
ahora que sabemos que están ahí y que prevalecen, las preguntas que siguen son
¿para qué sirven? ¿Qué significa para un individuo albergar el material celular
de otro? ¿afecta a la salud o influye en el comportamiento? El yo es una
entidad delimitada y autónoma, definida en gran parte por su supuesta
distinción del otro. Pero este campo de investigación en desarrollo sugiere que
somos seres hechos de muchos. Somos multitudes. El yo que surge de
la investigación microquimérica parece ser de un orden diferente. Se sugiere
que cada ser humano no es tanto una isla aislada sino más bien como un ecosistema dinámico. Si soy a la vez mi
hijo y mi madre, si llevo las huellas de mi hermano y los restos de embarazos
que nunca dieron lugar a un nacimiento, ¿cambia eso quién soy y la forma en que
me comporto en el mundo? O
en el horrible caso de la muerte de una madre, ella se lleva una parte nuestra (literalmente) pero aún está presente
no sólo a través de nuestros pensamientos sino en forma de células en tu
cuerpo. A pesar de todas estas ideas debemos dejar de lado un rato estas
cuestiones filosóficas.Por un lado, las
células microquiméricas fetales se han visto implicadas en trastornos
autoinmunes, ciertos tipos de cáncer y la preeclampsia, una enfermedad
potencialmente mortal que se caracteriza por una alta presión sanguínea durante
la última mitad del embarazo. Aunque hay ciertas características, como su
presencia en todas partes, o incluso otra investigación ha encontrado que las
células fetales pueden proteger a la madre. Parecen congregarse en los lugares
de las heridas, incluyendo las incisiones de las cesáreas, para acelerar la
curación. Participan también en la angiogénesis, es decir, la creación de
nuevos vasos sanguíneos, al parecer en
realidad vienen al rescate y juegan un rol en la reparación. Un estudio reciente afirma que estas
células no son "recuerdos" accidentales del embarazo, sino que se
conservan a propósito en las madres y su descendencia para promover la aptitud
genética mejorando el resultado de futuros embarazos. Los investigadores
sugieren que las células microquiméricas aumentan la tolerancia de la madre a
los embarazos sucesivos, y se asocian con un menor riesgo de Alzheimer, un
menor riesgo de algunos cánceres y una mejor vigilancia inmunológica, es decir,
la capacidad del cuerpo para reconocer y evitar los patógenos.Estas células
podrían incluso extender la longevidad y ayudar a explicar por qué las mujeres
tienden a vivir más que los hombres. En un estudio realizado en 2012 con casi
300 mujeres de edad avanzada (el primero
en vincular explícitamente el microquimerismo y la supervivencia), los
investigadores descubrieron que la presencia de células microquiméricas, como
indica la presencia del cromosoma Y, reducía la mortalidad de las mujeres por
todas las causas en un 60%, en gran medida debido a un riesgo
significativamente menor de muerte por cáncer. Aunque no hay respuestas claras
para explicar cómo las células microquiméricas podrían llevar a una mayor
duración de la vida.Durante cientos
de millones de años, el microquimerismo ha formado parte de la reproducción de
los mamíferos presentando un cuadro paradójico de conflicto y cooperación, las
células fetales bien podrían desempeñar una serie de papeles, desde compañeros
serviciales hasta adversarios hostiles, pero al fin y al cabo se desconoce y,
por lo tanto, es muy debatido si cumplen un rol maligno o más bien de ayuda. Se cree que todo este desastre y continuas
tensiones se originan con la creación de
la placenta, o sea ¿no todo es amor
y paz entre madre e hijo? Una de las imágenes más vendidas en el mundo, es la
madre que sostiene con ternura al niño y sus miradas son entremezcladas en una
serena unión. Esta visión oscurece por completo el tenso viaje que lleva al
bebé en brazos, y los momentos de gritos y nerviosismo que lo rodean. Es a la
vez esencial e inigualable en sus
peligros. Al engendrar vida, también resulta en tasas asombrosamente altas
de muerte y enfermedad.Desde la perspectiva de la supervivencia
de los animales, tendría sentido que el microquimerismo pudiera preservar la
salud de la madre y del niño, ayudándole a sobrevivir al parto y más allá,
mientras su descendencia recorre lentamente el camino hacia la independencia.
Sin embargo, el pensamiento evolutivo actual sugiere que los intereses de los
padres y de sus familiares podrían estar en desacuerdo, tanto en el útero como en el mundo. Debido a que la madre y el feto
no son genéticamente idénticos, podrían estar involucrados en un tira y afloja
por los recursos. Además, los objetivos de la madre, que presumiblemente son la
reproducción y la crianza de múltiples hijos, podrían estar en desacuerdo con
los objetivos evolutivos del feto individual: su propia supervivencia en
solitario y su eventual reproducción.Entonces se
produce un conflicto: por un lado, las madres y los bebés tienen una inversión
compartida en la supervivencia mutua; por otro, el feto es una presencia
exigente y voraz, que trata activamente de atraer recursos hacia sí mismo,
mientras que la madre pone límites a lo que está dispuesta a dar. En otras
palabras, en un nivel inconsciente y evolutivo, la madre podría estar
involucrada en una lucha con el feto sobre cuánto puede aportar sin dañarse a
sí misma. La idea de que el útero podría no ser un lugar de serena comunión se
afianzó.Pero por muy atractivas que sean estas
ideas, siguen siendo totalmente especulativas. Y, de hecho, las teorías de
conflicto dentro y más allá del útero son sólo eso, teorías. En la actualidad,
no hay pruebas definitivas de que la actividad microquimérica revele una
entidad enfrentada a la otra. Y por ahora debemos conformarnos con la cantidad
de dudas e incógnitas que nos deja este tema.- Joaquin Ortiz
Bibliografía:
https://aeon.co/essays/microchimerism-how-pregnancy-changes-the-mothers-very-dna
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